Bongo



El perezoso audaz
En una isla perdida del noreste de Nueva Zelanda, nació Bongo, un perezoso que decidió cambiar el mundo, su mundo. Desde pequeñito su mamá le enseño cuál es la vida de los perezosos; le explicaba que un buen perezoso dormía 21 horas al día, no debía moverse mucho y evitar a los depredadores quedándose muy quieto camuflándose entre los árboles.
El 15 de septiembre Bongo cumplía 14 años y su tío Lember decidió contarle qué hay fuera del mundo de los perezosos, como regalo de cumpleaños. Empezó narrando la diversidad de animales que existen y las maravillas de la Naturaleza.
-Bongo, hay cosas que son difíciles de explicar –decía el tío Lember– cómo cuando una foca se sumerge de un salto en el agua, la mirada de un águila desde el cielo o el giro de cabeza de un león que busca su presa.
¿Y nosotros qué hacemos? – preguntó Bongo.
Dormir, Bongo… dormir.
Bongo se quedó triste por esa repuesta, ¡no podía ser verdad que los perezosos no hicieran nada!
Entonces ese mismo día se propuso no dormir, de las tres horas que solía estar despierto, duró cuatro hasta caer rendido en la rama que estaba. Al siguiente día, otra hora más, y al siguiente otra; así hasta dormir un total de ocho horas por día. Poco a poco fue creciendo y empezó a estudiar el mundo de los animales, salía de excursión con frecuencia, observando las cosas más bellas de la Creación, desde el amanecer de la flor de edelweiss hasta observar la luz de las luciérnagas por la noche. Esto, lo logró en 2 años.
Le contaba a todos sus amigos perezosos la belleza del mundo y les decía: ¡¿Cómo podéis pasaros la vida durmiendo?! Con el tiempo y siguiendo con ellos, solo su mejor amigo empezó poco a poco a ver la cantidad de cosas que se perdían.
-Bongo, que suerte tenerte aquí –decía su mejor amigo- ¡Y pensar que no me he dado cuenta antes de lo que tenía!
Otros, en cambio, se empeñaban en que lo mejor no podía ser eso, ya que estar despierto, ir a ver cosas y moverse un poco más rápido de lo normal exigía esfuerzo; –lo mejor es mi almohada de hojas de bambú, no hay nada mejor que eso–, decían.
A Bongo le daba pena que sus amigos no quisieran abrir los ojos, nunca mejor dicho, pero no por ello dejó de insistir.
Un día haciendo footing por la selva escuchó a un búho decirle a un ratón que esa noche el cometa Bor haría su aparición y que si quería, podía verlo desde su estómago.
Bongo muy ilusionado volvió donde estaba la manada y se los encontró durmiendo, como siempre. Los despertó a todos y les pidió que hiciesen un esfuerzo para estar despiertos esa noche.
El círculo solar se acostó y la oscuridad cayó sobre la jungla, el cielo mostraba ese día su lado más brillante y el cometa no aparecía…
Los perezosos empezaban a hartarse de estar despiertos y se quejaban, cuando se estaban yendo, Bongo, desilusionado, lanzó una última mirada a la inmensidad del cielo y divisó como empezaba a aparecer en el horizonte dicho cometa.
¡Rápido, venid! –dijo Bongo.
Todos se dieron la vuelta y viendo tal maravilla, boquiabiertos y estupefactos se quedaron dormidos, incluido Bongo.
Al día siguiente, al mismo Bongo lo despertaron otros perezosos que estaban organizando sus cosas.
-¡Venga Bongo, nos vamos!
-¿Qué nos vamos? ¿A dónde?- dijo Bongo medio dormido.
- Al sur, allí hay otra manada de perezosos que tienen que saber lo que se están perdiendo.
Bongo no lo creía, ese cometa había cambiado la opinión de la mayoría de la manada y ahora, junto a él, viajarían por el planeta para despertar, uno a uno, a todos los perezosos; estaba cumpliendo su sueño de cambiar su mundo, el mundo entero, y lo consiguió.
En el mundo de los humanos, que es muy parecido al de los perezosos, pasa algo parecido, siempre hay algún Bongo, que se empeña en hacernos descubrir el sentido de la vida.
Edelwais

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